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domingo, 28 de diciembre de 2008

La ética del negrito del batey.


[publicado originalmente en E. Ichikawa]

Waldo Acebo Meireles.

A mediados de los años 50 la “Sonora Matancera” puso de moda un merengue dominicano que reflejaba una premonición ética, si es que semejante cosa es posible. Por aquellos lejanos años la enjundia merenguera del tema no era muy adecuada, por lo menos eso pensamos, a pesar de que el dichoso y ‘apapinchao’ negrito, desconocemos su nombre, tenía cierta relación con el Facundo, aquel que era aleccionado en el estribillo de “trabaja negro, trabaja, y vive de tu sudor…”

Unos años antes otro estribillo reflejaba el mismo asunto, aunque aquí la referencia sexual era evidente: “yo no tumbo caña que la tumbe el viento, que la tumbe Lola con su movimiento”. El preclaro negrito, valga la contradicción, con un poco de más conocimiento de las Sagradas Escrituras apoyaba en ellas su decisión de considerar el trabajo su enemigo, sólo propio para los bueyes, por tanto era mejor bailar merengue que someterse al castigo divino.

Todo parece indicar que los cubanos [de Cuba, porque los de acá en su mayoría saben que hay que pagar los ‘biles’] han optado por bailar merengue, lo cual en si mismo no es nada malo siempre que semejante actividad lúdica se realice en el tiempo libre.

Pero no es el caso, tanto negritos, como su sinónimo inverso, los blanquitos, han acogido la ética merenguera como esencia vital y todo a partir de una lógica interpretación de otras Escrituras, no menos sagradas: ‘si a cada cual según su trabajo pues entonces de cada cual según su capacidad merenguera’.

Irrefutable lógica: si lo que yo recibo me dura lo que el mítico merengue en la puerta de un colegio entonces: a bailar merengue.

Las consecuencias de está ética no pueden ser más funesta. Los dispuestos a trabajar, metafóricamente hablando, por amor al arte, son una minoría ya que el grueso se dedica a actividades merengueriles, como el hurto continuado, el trapicheo, el meroliquismo, el jineteo y demás actividades afines, el asunto es ‘resolver’ sin caer en la condenación divina.

¿Cómo puede una sociedad subsistir de esta forma? Francamente no lo se, ‘e per se muove’, por cuánto tiempo, imposible de predecir ya que los síntomas de la crisis están presentes desde hace años y al parecer todo el mundo se ha acostumbrado a ese estado de vida, como la de un zombi, está muerto pero camina y se nutre de los vivos, verbigracia, los cubanos de acá, aunque sospecho que no sólo de estos.

Pero honestamente lo que me preocupa no es la situación actual, lo que si me rompe el coco es que va pasar después, cuál después, cualquier después, porque necesariamente tiene que producirse un después. ¿Y entonces qué?

No hay dudas de que los problemas de la economía, la ecología, la infraestructura energética, la insuficiencia de viviendas, la calidad de la vida y un ‘seremil’ más de cuestiones, en el orden material, son vitales en cualquier después, pero, me disculpan los materialistas, en mi criterio el más acuciante de los problemas es de orden ético.

¿Cómo se van a resolver todos esos problemas con una población, mayoritariamente nacida y educada en la filosofía del merengue? ¿Quién le va a meter mano a ‘pinchar’ en serio y no a aparentar que está ‘acurralando’?

La experiencia histórica, que para algo tiene que servir, nos dice que después de finalizada la Guerra del 95 la devastación en las provincias occidentales fue de apaga y vamonos, pero nadie se fue. En la antigua provincia de La Habana, una de las más afectadas por el fenómeno bélico y las medidas del gobierno español de tierra arrasada, [que no fue Gómez el que inventó lo de la tea] reconcentración, y expropiación de las tierras de los supuestos, o reales, laborantes; la recuperación de los niveles de producción de la pre-guerra se alcanzaron en unos 3 años, en algunas zonas el proceso fue aún más rápido.

¡Ah, bueno! En aquel entonces un campesinado y un artesanado laborioso, logró el ‘milagro’, sin, o con mínima, ayuda financiera; sin penetración de ningún capital foráneo, que eso vino después y no en ese sector; y sin presiones de ningún tipo. Eran otros los tiempos y las demandas no provenían de ningún ‘centro de acopio’, planes de producción del ANAP, ni de un mercado ‘libre’ campesino, sino del propio proceso de poner la propiedad, o la posesión, en función productiva, para las demandas de una familia y de un mercado regional. Era otra ética, era otra moral de trabajo.

Por tanto: “vamos a ver la ola marina, vamos a ver la vuelta que da”.

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