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Hialeah, Florida, United States

lunes, 27 de julio de 2009

Greguerías de Hialeah [III]


Waldo Acebo Meireles

Aquel año de 1926 fue fatídico para Hialeah, y para Cuba, para esta última no sólo fue el ciclón sino la debacle del nacimiento del Hijo de Birán que aún asola nuestro territorio desde su impúdico catafalco.

En realidad lo de Hialeah fue algo menor en comparación, pero el ciclón dejó unos resultados que hoy nadie supone. De no ser por aquel diluvio que desbordó el río Miami, y los canales que cruzaban por el territorio, anegando las pocas calles del Hialeah de aquel entonces, permitiéndoles a cocodrilos y caimanes el dedicarse a pernoctar en los portales de aquella novísima comunidad, sino fuese por los vientos que arrasaron los techos del hipódromo original, el cinódromo, la cancha de jai-alai y otras divertidas construcciones, pues hoy las cosas quizás fueran diferentes.

Especialmente si los estudios cinematográficos en que se filmaron algunas de las primeras películas de Tarzán y algún que otro drama, no hubiesen sido arrasados por el huracán.

Esos estudios fueron construidos al fondo de donde hoy se encuentra la Planta de Agua de Okeechobee, a un costo de unos $500,000 [lo que representa unos 94 millones en la actualidad]. Entre los directores más afamados que filmaron en estos estudios se encuentran: George B. Seitz ‘Sunken Silver’ [1925]; Rex Ingram ‘The Prisoner of Zenda’ [1922]; D. W. Griffith ‘The White Rose’ [1923], ninguna relación, y ‘Another Scandal’ [1924] también pasaron por estos estudios los actores Eddy Polo en el ‘Captain Kidd’ [1922] filmada parcialmente en Cuba y en Hialeah; Gloria Swanson en ‘The Coast of Folly’ [1925] y Betty Compson en ‘Miami’ [1924] es la actriz que aparece en la ilustración, más arriba.

No soy nada dado a las llamadas ‘historias alternativas’, pero imaginemos por un momento una entrega de los Oscar en la Meca del Cine: Hialeah, para el caso también empieza con H, y a las grandes estrellas, directores y productores, compartiendo una coladita en la esquina.

lunes, 20 de julio de 2009

Greguerías de Hialeah [II]

Waldo Acebo Meireles

En el logo, o escudo, de Hialeah aparece un indio, un seminola, con el brazo levantado, no sabemos si esta parando una guagua La Conchita, o comprobando si está lloviendo, o como dice la historia, o la leyenda, está señalando y nombrando el lugar que hoy conocemos como Hialeah.

Según la más aceptada versión, los hechos ocurrieron de la siguiente manera:

— Hey Jack — Asi es como dicen que se llamaba, seguramente su nombre era otro pero no tenemos que atener a lo conocido: Jack Tigertail — ¿Cómo se llama esto?

Y Jack, que como es lógico no comprendía muy bien el inglés, entendió qué cosa es esto, y entonces respondió, pensando; ¡coño que bruto son estos rubios, eso se ve a la legua!:

— Hi-a-le-ah[1] — Señalando la llanura bastante encharcada que tenían delante. No, no, Jack no era gago es que así escribían Hialeah en los primeros folletos impresos para promocionar la venta de terrenos, que aunque un tanto encharcados, pensaban promover.

Y promovieron. Se construyeron canales, se elaboraron planos, se construyó un inmenso Jack Tigertail[2] [tenía, calculamos, unos 25 pies de altura] con el brazo extendido, suponemos que de madera prensada o algo similar; se organizaron excursiones navegando por el río Miami, y en unas guaguitas muy simpáticas que tenían que hacer un largo recorrido para llegar a su destino. Después se construyó el puente levadizo que une Hialeah con Miami Spring, ya no es levadizo pero se han conservado las estructuras metálicas que permitían elevar el puente.

El genio comercial de los promotores, de los cuales hablaremos en otro momento, generó decenas de inventivas publicitarias e incluso promovió algunas técnicas novedosas para la época.

Un ejemplo de ello fue un vehículo que abriendo sus costados y extendiendo una especie de tienda de campaña se convertía en una vivienda provisional mientras se esperaba la finalización de la definitiva. No tengo información de si alguien utilizó ese lejano antecedente de los vehículos que hoy llamamos casa móvil, ni si ese abuelo de los “Motor Homes” de la actualidad en realidad era algo viable.

Como vemos el lema de Hialeah: “the City of Progress”, se cumplía desde sus lejanos inicios allá por la década del 20’ del siglo pasado.


[1] Hialeah, o Hi-a-le ah, o como mejor nos parezca quiere decir en la variante de la lengua creek que hablaban los seminolas: una pradera, llanura o como diríamos en Cuba: una sabana.
[2] La imagen de Jack representada en la valla nos indica que el mismo pertenecía al grupo conocido como ‘black seminole’ o ‘seminole negroes’ descendiente de la fusión étnica de negros, escapados de las plantaciones esclavistas, con los seminolas. En la versión que aparece en el actual logo de Hialeah, Jack está blanqueado y no se perciben rasgos negroides.

Greguerías de Hialeah [I]

Waldo Acebo Meireles

No lo puedo demostrar con una colección de datos estadísticos, aunque por cierto alguien dijo que con las estadísticas se puede demostrar cualquier cosa, pero mi empírica observación me indica que cuando un cubano llega a estas latitudes y recibe el primer cobijo de algún familiar, amigo, conocido, etc., ese primer asentamiento lo marca y a partir de ahí está más o menos predestinado a seguir viviendo alrededor de esa, su primera ubicación.

Es algo así como un establecimiento de una circunstancial y casual patria chica que lo ata y con el que establece una relación afectiva y efectiva que no siempre es positiva pero que resulta en esa permanencia, en ese merodeo alrededor de los límites de aquella casualidad convertida, no se por qué, en causalidad.

Casi es mi caso, mi desembarco primigenio fue en Hialeah Gardens pero rápidamente me despojé de los jardines y me fui a la ciudad madre: Hialeah. Aún ando por acá, en esta ciudad heredera de lemas marianenses, no me refiero a ningún culto mariano, sino al Marianao de Orúe, aquella ciudad que progresaba, ya no más.

Esta de por acá si lo hace que no todo es ‘agua, fango y factorías’ como dice el chascarrillo popular, basta recorrer la ‘49’ para comprenderlo, más de una decena de bancos, con incluso nuevas aperturas en el fatal 2008, nos habla de que aunque de las factorías ya no queden muchas, las fuerzas económicas están vivas y son pujantes.

Mi amor por Hialeah, fue de esos de primera vista, mi excursión iniciática al día siguiente a mi llegada a estos lares incluyó un cafecito que no era de 3 centavos como los de la antigua Habana pero a 25, por aquellos años, no era para llorar. Y aquella frase de la dependiente: ‘Mi chino si quieres más…’

Dependientas y dependientes cariñosos, aunque no siempre amables, es un rasgo de este Hialeah donde usted puede vivir entre poetas si decidí rentar en la Avenida Antonio Machado casi esquina a José Martí.

Un pacto olvidado: Miccosukee-Cuba


Waldo Acebo Meireles

En el mes de julio de 1959, invitados a las festividades por el 26 de julio, una delegación de indios miccosukees arribó a Cuba, sí, esa misma tribu que hoy posee casinos, hoteles, restaurantes y no se cuantas cosas más.

Pero hagamos un poco de historia para poder enmarcar este hecho, bastante singular, en un marco adecuado: Los miccosukees llevaban años luchando por el reconocimiento de sus derechos ante el gobierno de los EE.UU., con el cual, entre paréntesis, aún se encontraban técnicamente en estado de guerra, ya que después de la ‘Guerras Seminolas’, no se había firmado ningún tratado de paz. Sus múltiples gestiones se veían congeladas por la burocracia de Washington, y el Bureau of Indian Affaire no acababa de tomar una decisión definitiva aunque en 1957 se había producido cierto reconocimiento a las demandas de los miccosukees.

En enero de 1959 y bajo la presión de unos de los miembros del consejo, Wallace ‘Mad Bear’Anderson, fue enviado a Cuba un un pliego de reconocimiento de la Nación Miccosukee al gobierno revolucionario recién instaurado. El mismo estaba en una piel de ciervo [buckskin]. Se dice que el reconocimiento miccosukee se produjo horas antes de el de Washington.

Al parecer esto motivó la invitación hecha a los miccosukees para participar en el primer 26 de julio celebrado en La Habana a donde también fueron invitados, además de los campesinos que inundaron La Habana, a decenas de figuras de América Latina, como Salvador Allende, la hija de Jorge Eliecer Gaitán, Lázaro Cárdenas, Paz Estenssoro, Juan José Arévalo y otros.

La decisión de aceptar la invitación del gobierno cubano no fue fácil, pero influyeron, los rumores de que Cuba iba a apoyar las demandas de la Nación Iroquesa en las Naciones Unidas, las opiniones del abogado Morton Silver, sobre el cual recayeron posteriormente sospechas de ser un simpatizante comunista, y en especial el firme criterio de Buffalo Tigre de que esa visita podría ser de beneficio a la causa miccosukee.

La delegación de los miccosukee estuvo integrada por once miembros de la tribu más Silver y Bob Reno, hermano de Janet, quien fungió como una especie de corresponsal publicando en el Herald un artículo bajo el título “Seminoles Win Cuban Approval” donde describe las conversaciones de los miccosukee con Fidel Castro.

La delegación permaneció entre 3-4 días en Cuba al parecer no aceptando la extensión de una semana más que propuso Castro. Participaron en el acto del 26 de julio como invitados, la foto que aparece más arriba nos indica que estaban en el frente de la Biblioteca Nacional.

La reacción de la prensa en EE.UU, no se hizo esperar, el 29 de julio el Miami Herald criticó con fuerza la jugada de los miccosukee considerandola un truco de un grupo mal aconsejado que ha abochornado a miles de seminolas.

El 4 de agosto aparecieron las declaraciones de Mike Osceola distanciando a los seminolas de la acción de los miccosukees y declarando que ese grupo no los representaban a ellos.

Según Buffalo Tigre, en una declaraciones hechas en 1986, la reacción de Washigton tampoco se demoró:

“When Castro took over Cuba, he wanted us to come over as his guests. We went and were treated ok. When we got back the United States said “ok, don’t go back. Promise you wont, and you will be Miccosukees” “We needed our own power and we had to go to Cuba to get it”

Buffalo Tigre evaluó el viaje a Cuba como un elemento básico en la obtención de los acuerdos que beneficiaron a los miccosukees, en una entrevista efectuada en diciembre de 1997, y publicada en el Miami Herald del 1 de enero del 2000, él ratificó ese criterio:

"...The government wanted to pay us money to shut up. We wanted land set aside for us and to be left alone. No one in Washington would listen to us. So when [Fidel] Castro took over [in 1959], I went over there and smoked some cigars with him and Che Guevara and I asked them: 'Do you recognize the Miccosukee Tribe?' Castro said he did. He said that if the United States would not give us a place to live, we were welcome to go over there and he would make room for us. When we got back, there were all kinds of phone calls from Washington. The government started dealing with us seriously then.''

La conexión Miccosuke-Habana evidentemente favoreció la causa de los indios, los resultados están a la vista, y por suerte para ellos no tuvieron que irse para Cuba, pueden celebrar el 50 aniversario tranquilos.

Excepcionalidad americana.

Waldo Acebo Meireles

No nos podemos quejar, vivimos en un continente muy especial, fuimos el único descubierto, pasando por alto Australia y la Antártica, pero a quién le interesa esas regiones; además nadie discute esos ‘descubrimientos’, sin embargo los antiguos egipcios, los no tan antiguos fenicios, los griegos, los vikingos, con el Erik el Rojo a la cabeza, le disputan a nuestro Colón, y digo nuestro porque sin nosotros que hubiese sido de él; el descubrimiento de qué: del Nuevo Mundo, que Colón confundió con Asia y los cartógrafos del siglo XVI confundieron con América.

Pero lo cierto es que somos un continente excepcional, único, especial, que incluso podemos, a diferencia de Europa, Asia y África, ser considerados como una isla monumental, casi sideral., ya que nos rodea agua por todos los lados, dos grandes triángulos que flotan sibilinamente en el inmenso mar de lo real maravilloso.

Nuestra literatura se ha apropiado del término, y ha tenido sus razones, no vamos a discutirlo, pero lo que realmente es real y maravillosamente es una maravilla, es una temática que otros continentes podrán envidiar pero no les corresponde, es nuestra, sin remedio: los tiranos

Desgraciadamente como somos un tanto dejados, tuvo que venir otro español a descubrirnos la temática. Así apareció ‘Tirano Banderas’ de Ramón Valle Inclán, allá por los años 20, nos dejó a un tirano un tanto turístico, pero con mucho de los atributos que son propios del espécimen. No resulta desagradable este Tirano pero entre los personajes de Inclán preferimos al Marqués de Bradomín, más lascivo y promiscuo pero menos acartonado que Banderas. Pero este fue nuestro, prestado pero nuestro.

Pasaron algunos años hasta que un americano se decidiera a darle continuación a la temática y así surgió ‘El señor Presidente’ de Miguel Ángel Asturias, publicada en 1946, más de 13 años después de escrita, cierto es que se enfrenta a la temática quizás con demasiada prudencia, no era para menos, y el personaje central casi ni es un personaje, son más bien que sus apariciones, las apreciaciones de sus actos y las consecuencias de los mismos lo que delinea al tirano.

La próxima obra será la genial sátira ‘El gran Burundú-Burundá ha muerto’ (1952) de Eduardo Zalamea; la más divertida, ágil y breve de todas con su jocoso desfile de onomatopéyicos.

Los años 70’ serán testigo de una explosión de la temática: Las novelas de Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo, 1974), Alejo Carpentier (El recurso del método, 1974), Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca, 1975), ‘Oficio de difuntos’ (1974) de Arturo Uslar Pietri y ‘General a caballo’ (1977) de Lisandro Otero, todas ellas brindando legitimas variantes del tema. La más reciente ‘La fiesta del chivo’ (2000) de Mario Vargas Llosa en la cual, como en el caso de la novela de Roa Bastos, el tirano no es un personaje de ficción, sino bien real.

Confesemos que la que leímos con mayor interés y detenimiento fue la de García Márquez, tratando de encontrar claves, oscuras referencias y detalles relacionado con su tiránico amigo, García Márquez es el único escritor, que ha abordado el tema, y que mantiene una relación estrecha con un tirano por antonomasia.

Sin embargo nos gustaría referirnos a la obra de Roa Bastos no por considerarla la mejor, la de mayor interés, o la de mayores méritos literarios, ni tan siquiera por la apócrifa proclama con la que comienza la obra y que preferiríamos ver, no en la Catedral de la Asunción, sino en la de La Habana, nos referiremos a ella por el personaje que retrata: José Gaspar Rodríguez de Francia, este arquetipo del tirano de una exhuberancia que resulta en la envidia de aquellos que históricamente continuaron su ejemplo, con menos coherencia quizás, pero con el mismo entusiasmo destructivo.

El Dr. Francia, como también gustaba ser llamado, generó una suerte de mezcla del socialismo de los jesuitas de largas y profundas raíces en las misiones del Paraguay con una xenofobia extrema, aunada a la continuada intervención en las actividades productivas, tanto agrícolas como industriales, expropiando la mayor parte de las tierras y poniéndolas en manos de sus seguidores. Propició la enseñanza en escuelas estatales, preconizo la vida espartana, y la austeridad, abolió las procesiones religiosas, y otras festividades, no le bastaba con controlar el mundo material, necesitaba el control del espiritual, el dominio total de cuerpos y almas y así, para evitar influencias externas, cerró las puertas al comercio exterior, lo cual estaba también en correspondencia con la filosofía numantina del tirano.

Casualmente los textos de historia cubanos, tanto los universitarios como los de la enseñanza media alaban al tirano Dr. Francia sin ningún pudor, ¡qué raro! Entre las numerosas citas que se hacen del tirano esta es la que más disfrutamos:

"Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que le nombrara mi capellán, pero bien se está él en Roma y yo en La Asunción."

miércoles, 1 de julio de 2009

Sólo para entendidos.


Waldo Acebo Meireles

Dejémosle los Velásquez, con sus consabidas Meninas y sus maravillosos Borrachos a los que entienden de esas fruslerías; los Goya, Grecos, Sorollas y esos prodigios del Bosco que en el Museo del Prado esperan por los entendidos.

Mejor conozcamos que las fabadas asturianas no se hacen con judías sino con fabas y que necesitan obligatoriamente del delicado azafrán; y que los caldos gallegos no son potajes, sino eso: caldos, que humean regocijantes.

Nada del Thyssen Bornemisza y sus Picasos, Dalíes, Goncharovas, Matisses, Manets, fauvistas, cubistas, expresionistas e impresionistas y tomemos un buen tiempo disfrutando con el paladar el Museo del Jamón con una casi infinita selección de obras de arte en eso de embutir carnes en tripas y en descifrar las sutilezas de un “jamón pata negra”, en comparación con un serrano [que nada tiene que ver con lo que por acá conocemos] o un jamón de bellota u otro curado.

Ignore usted Palacios Reales y Catedrales de Almudena y siéntese a degustar un vino riojano frente a esos inescrutables monumentos, y a un lado del Teatro de la Opera, y como reza un anuncio con clara premonición, “¡Al diablo con la crisis! come y bebe bien”, disfrute del aire fresco, del vino y de un buen queso que fue en algún momento leche de cabra montuna en Asturias y viva usted el momento. Innecesario aviso para esos madrileños que en tropeles inundan la Gran Vía a cualquier hora del día, y hasta adentrada la medianoche.

En Toledo le sugiero que se olvide del Alcazar, de la Catedral, de las antiguas y reconvertidas sinagogas, pase por alto al majestuoso Entierro del Conde de Orgaz con sus alargadas y fantasmagóricas figuras y por esa misma callejuela en la que se desciende de la venerable iglesia de Santo Tomé, se encontrará una fonda, que no restaurante, donde entre caña y cañas [de cerveza claro está] degustará sabrosas aceitunas que saben a eso: aceitunas. Y no olvide los mazapanes que se disuelven en la boca como si quisieran escurrirse y no lo logran.

Si quiere sorpréndase con el acueducto romano en Segovia, que no es más que el producto de la ignorancia romana de la dinámica de los fluidos, disfrute el vientecillo que baja de los montes, recorra la judería, repase los interiores góticos, y barrocos a la vez, de su fabulosa catedral, camine un poco más hacia el lomerío y recorra el Alcazar lleno de imaginerías, tapices, armas, armaduras y blasones, déle un vistazo a los artesonados, pero no deje ¡jamás! de paladear el cochinillo, pero antes de trincar el infeliz animalillo con tenedor y cuchillo, permita que el aroma de ese exclusivo preparado le penetre hasta lo mas profundo de su entendimiento, que de eso se trata de entender lo perfecto, lo que esta a punto y es por demás suculento.

En Oviedo con ese clima casi londinense, donde la llovizna obliga a paraguas reticentes, pase usted por la catedral y por la plaza adyacente, pero sin mirar para atrás baje a todo dar hasta Gascona, salude rápidamente la estatua de la gitana que allí lo espera y adéntrese en ese mundo inesperado de la sidra. Está usted en el Boulevard de la Sidra donde los camareros escancian la bebida desde la altura máxima de su brazo a un pequeño vaso que casi esconden cerca de sus rodillas, el juego de malabares rompe, como ellos dicen, la sidra y usted debe tomársela de un solo trago, el resto, si es que queda, va al piso lanzada por ese camarero portento de equilibrio que te escancia tu nuevo trago.

No se quede allí, avance más abajo y entre en otra, y otra, y otra, y otra sidrería y probara distintos tonos de la magia de esa sidra natural que nada tiene que ver con la que conocíamos. Y cuando entienda que no es saludable una sidra más pues penetre en los menús que ofertan picadillo de jabalíes y otras delicadezas de ese rústico tono. No deje de probar los frixuelos con una fina azúcar espolvoreada.

Y si usted es un aventurero y sale a buscar lo más autóctono y se olvida de los múltiples monasterios y otros monumentos del medioevo podrá llegar a Cornellana y degustar esa carne macerada con una piedra del río Nalón sobre una mesa de mármol, luego trabajada y finalmente enharinada para después de frita saborearla como un “Pepito”, que en este lugar se anuncia: ‘’Ni en Cornellana, ni en la Habana hay Pepitos como los de la Grana’’.

Tal vez en un afán de montañero usted se adentra en la montuosa geografía asturiana y llega a Campo de Caso, el Campu en astur, y admira el paisaje, recorre el pequeño poblado, penetra en una dulcería que hace un pequeño dulce que tiene que ser el antecesor directo de aquellos polvorones o “torticas de Morón” de mi infancia lo cual me remonta a aquel abuelo que salió de este poblado y jamás regresó. Pueblo antaño de mineros del carbón, anarquistas, y criadores de un ganado que se fomentó en una nueva raza, la vaca casina: ancha de pecho de subir las montañas como si fuese cabra y con largas cornamentas, de su leche se confecciona el queso casín, fuerte y aromático.

Pero desdeñe el paisaje y las bucólicas imágenes, penetre en una de las tantas casas de indianos construidas hace años con dineros salidos de Cuba, ahora convertida en hotel-restaurante, y enfrente una tabla de embutidos, embuchados y jamones hechos artesanalmente, en uno más que en otro, con la montería que se caza por estos lares. Deje sitio para los postres endulzados con una miel ligera y transparente que solo se da en esta zona.

En Sevilla no deje usted de paladear la Manzanilla ese vinillo dorado y seco que se sirve en una pequeña copa abocinada con culo grueso, no se extralimite que hay que mirar a lo alto a la Giralda y comprobar que la giraldilla habanera es una púdica descendiente de esta veleta que corona el reciclado minarete. Pasee un poco por los jardines del Alcazar para refrescar los calores y siéntese a pocos metros de la maravillosa catedral a degustar una paella, que le recordará la versión cubana, y pida un plato de pescado; sorpresas para el paladar: merluzas, lenguados, boquerones, sardinas y otros de los cuales no se su nombre solo que saben a ambrosia para ictiófagos.

Si piensa darse una vuelta por El Escorial levántese temprano, pero no demasiado, y desayune con un chocolate bien caliente y espeso, casi como natilla, acompáñelo con unos churros, o si prefiere pan con mantequilla, pero le recomiendo el pan con aceite, ese aceite de oliva que huele y sabe a olivas

El Escorial con la rigidez, sobriedad y simplicidad del estilo herreriano en su máxima expresión, sumado a la complejidades de los enlaces dinásticos de Habsburgos y Borbones, el riguroso orden de su marmoreos catafalcos y el hecho de que una guía desconozca que los cedros y caobos que forman este descomunal palacio-mausoleo de Felipe II fueron cortados en Cuba; no debe quitarle a usted el apetito para saborear a unos pasos del monasterio de una sepia al vino y ¡maravilla!, disfrutar las torrijas que no se encuentran en otro lugar salvo en Semana Santa, quizás sólo aquí aparecen por peculiar dispensa eclesiástica.

Quizás caso único dos catedrales, en la ciudad de Zaragoza, una de ella la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, patrona de los países hispanoamericanos, la otra la del Salvador, esta última en la Plaza de La Seo que no ofrece solución de continuidad con la Plaza del Pilar, conformando una extendida plaza adornada con múltiples fuentes y escondiendo en su subsuelo las ruinas del foro romano. No se detenga a localizar la bandera cubana entre las múltiples que enmarcan el barroco altar de la Virgen del Pilar, ni ocupe su tiempo en desentrañar los vericuetos de una fuente moderna que representa a Hispanoamérica y que de las islas solo incluye a Cuba.

Haga abstracción de las murallas, teatro y demás restos romanos, no se fije en el Torreón de la Zuda, ni en el Palacio de Aljafería, ni en los tantos ejemplos del mudéjar que encierra la ciudad, deleite su paladar con un plato aragonés: el ternasco acompañado de “papas a lo pobre”, y que no lo engañe el nombre, son riquísimas. No sea pudoroso y sumerja su pan en la olorosa salsa.

Pero en esta única ocasión le digo que no pase por alto que en la Calle Mayor número 13 casi esquina a Virgen vivió José Martí a pocos pasos de la Basílica de la cual oiría a cada hora sus campanadas, imagínese su recorrido hasta la Universidad a unas diez cortas cuadras y trate de adivinar en donde viviría la incógnita mujer a quien quiso. Y así estará usted bien servido.