Waldo Acebo Meireles
No nos podemos quejar, vivimos en un continente muy especial, fuimos el único descubierto, pasando por alto Australia y la Antártica, pero a quién le interesa esas regiones; además nadie discute esos ‘descubrimientos’, sin embargo los antiguos egipcios, los no tan antiguos fenicios, los griegos, los vikingos, con el Erik el Rojo a la cabeza, le disputan a nuestro Colón, y digo nuestro porque sin nosotros que hubiese sido de él; el descubrimiento de qué: del Nuevo Mundo, que Colón confundió con Asia y los cartógrafos del siglo XVI confundieron con América.
Pero lo cierto es que somos un continente excepcional, único, especial, que incluso podemos, a diferencia de Europa, Asia y África, ser considerados como una isla monumental, casi sideral., ya que nos rodea agua por todos los lados, dos grandes triángulos que flotan sibilinamente en el inmenso mar de lo real maravilloso.
Nuestra literatura se ha apropiado del término, y ha tenido sus razones, no vamos a discutirlo, pero lo que realmente es real y maravillosamente es una maravilla, es una temática que otros continentes podrán envidiar pero no les corresponde, es nuestra, sin remedio: los tiranos
Desgraciadamente como somos un tanto dejados, tuvo que venir otro español a descubrirnos la temática. Así apareció ‘Tirano Banderas’ de Ramón Valle Inclán, allá por los años 20, nos dejó a un tirano un tanto turístico, pero con mucho de los atributos que son propios del espécimen. No resulta desagradable este Tirano pero entre los personajes de Inclán preferimos al Marqués de Bradomín, más lascivo y promiscuo pero menos acartonado que Banderas. Pero este fue nuestro, prestado pero nuestro.
Pasaron algunos años hasta que un americano se decidiera a darle continuación a la temática y así surgió ‘El señor Presidente’ de Miguel Ángel Asturias, publicada en 1946, más de 13 años después de escrita, cierto es que se enfrenta a la temática quizás con demasiada prudencia, no era para menos, y el personaje central casi ni es un personaje, son más bien que sus apariciones, las apreciaciones de sus actos y las consecuencias de los mismos lo que delinea al tirano.
La próxima obra será la genial sátira ‘El gran Burundú-Burundá ha muerto’ (1952) de Eduardo Zalamea; la más divertida, ágil y breve de todas con su jocoso desfile de onomatopéyicos.
Los años 70’ serán testigo de una explosión de la temática: Las novelas de Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo, 1974), Alejo Carpentier (El recurso del método, 1974), Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca, 1975), ‘Oficio de difuntos’ (1974) de Arturo Uslar Pietri y ‘General a caballo’ (1977) de Lisandro Otero, todas ellas brindando legitimas variantes del tema. La más reciente ‘La fiesta del chivo’ (2000) de Mario Vargas Llosa en la cual, como en el caso de la novela de Roa Bastos, el tirano no es un personaje de ficción, sino bien real.
Confesemos que la que leímos con mayor interés y detenimiento fue la de García Márquez, tratando de encontrar claves, oscuras referencias y detalles relacionado con su tiránico amigo, García Márquez es el único escritor, que ha abordado el tema, y que mantiene una relación estrecha con un tirano por antonomasia.
Sin embargo nos gustaría referirnos a la obra de Roa Bastos no por considerarla la mejor, la de mayor interés, o la de mayores méritos literarios, ni tan siquiera por la apócrifa proclama con la que comienza la obra y que preferiríamos ver, no en la Catedral de la Asunción, sino en la de La Habana, nos referiremos a ella por el personaje que retrata: José Gaspar Rodríguez de Francia, este arquetipo del tirano de una exhuberancia que resulta en la envidia de aquellos que históricamente continuaron su ejemplo, con menos coherencia quizás, pero con el mismo entusiasmo destructivo.
El Dr. Francia, como también gustaba ser llamado, generó una suerte de mezcla del socialismo de los jesuitas de largas y profundas raíces en las misiones del Paraguay con una xenofobia extrema, aunada a la continuada intervención en las actividades productivas, tanto agrícolas como industriales, expropiando la mayor parte de las tierras y poniéndolas en manos de sus seguidores. Propició la enseñanza en escuelas estatales, preconizo la vida espartana, y la austeridad, abolió las procesiones religiosas, y otras festividades, no le bastaba con controlar el mundo material, necesitaba el control del espiritual, el dominio total de cuerpos y almas y así, para evitar influencias externas, cerró las puertas al comercio exterior, lo cual estaba también en correspondencia con la filosofía numantina del tirano.
Casualmente los textos de historia cubanos, tanto los universitarios como los de la enseñanza media alaban al tirano Dr. Francia sin ningún pudor, ¡qué raro! Entre las numerosas citas que se hacen del tirano esta es la que más disfrutamos:
"Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que le nombrara mi capellán, pero bien se está él en Roma y yo en La Asunción."
No nos podemos quejar, vivimos en un continente muy especial, fuimos el único descubierto, pasando por alto Australia y la Antártica, pero a quién le interesa esas regiones; además nadie discute esos ‘descubrimientos’, sin embargo los antiguos egipcios, los no tan antiguos fenicios, los griegos, los vikingos, con el Erik el Rojo a la cabeza, le disputan a nuestro Colón, y digo nuestro porque sin nosotros que hubiese sido de él; el descubrimiento de qué: del Nuevo Mundo, que Colón confundió con Asia y los cartógrafos del siglo XVI confundieron con América.
Pero lo cierto es que somos un continente excepcional, único, especial, que incluso podemos, a diferencia de Europa, Asia y África, ser considerados como una isla monumental, casi sideral., ya que nos rodea agua por todos los lados, dos grandes triángulos que flotan sibilinamente en el inmenso mar de lo real maravilloso.
Nuestra literatura se ha apropiado del término, y ha tenido sus razones, no vamos a discutirlo, pero lo que realmente es real y maravillosamente es una maravilla, es una temática que otros continentes podrán envidiar pero no les corresponde, es nuestra, sin remedio: los tiranos
Desgraciadamente como somos un tanto dejados, tuvo que venir otro español a descubrirnos la temática. Así apareció ‘Tirano Banderas’ de Ramón Valle Inclán, allá por los años 20, nos dejó a un tirano un tanto turístico, pero con mucho de los atributos que son propios del espécimen. No resulta desagradable este Tirano pero entre los personajes de Inclán preferimos al Marqués de Bradomín, más lascivo y promiscuo pero menos acartonado que Banderas. Pero este fue nuestro, prestado pero nuestro.
Pasaron algunos años hasta que un americano se decidiera a darle continuación a la temática y así surgió ‘El señor Presidente’ de Miguel Ángel Asturias, publicada en 1946, más de 13 años después de escrita, cierto es que se enfrenta a la temática quizás con demasiada prudencia, no era para menos, y el personaje central casi ni es un personaje, son más bien que sus apariciones, las apreciaciones de sus actos y las consecuencias de los mismos lo que delinea al tirano.
La próxima obra será la genial sátira ‘El gran Burundú-Burundá ha muerto’ (1952) de Eduardo Zalamea; la más divertida, ágil y breve de todas con su jocoso desfile de onomatopéyicos.
Los años 70’ serán testigo de una explosión de la temática: Las novelas de Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo, 1974), Alejo Carpentier (El recurso del método, 1974), Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca, 1975), ‘Oficio de difuntos’ (1974) de Arturo Uslar Pietri y ‘General a caballo’ (1977) de Lisandro Otero, todas ellas brindando legitimas variantes del tema. La más reciente ‘La fiesta del chivo’ (2000) de Mario Vargas Llosa en la cual, como en el caso de la novela de Roa Bastos, el tirano no es un personaje de ficción, sino bien real.
Confesemos que la que leímos con mayor interés y detenimiento fue la de García Márquez, tratando de encontrar claves, oscuras referencias y detalles relacionado con su tiránico amigo, García Márquez es el único escritor, que ha abordado el tema, y que mantiene una relación estrecha con un tirano por antonomasia.
Sin embargo nos gustaría referirnos a la obra de Roa Bastos no por considerarla la mejor, la de mayor interés, o la de mayores méritos literarios, ni tan siquiera por la apócrifa proclama con la que comienza la obra y que preferiríamos ver, no en la Catedral de la Asunción, sino en la de La Habana, nos referiremos a ella por el personaje que retrata: José Gaspar Rodríguez de Francia, este arquetipo del tirano de una exhuberancia que resulta en la envidia de aquellos que históricamente continuaron su ejemplo, con menos coherencia quizás, pero con el mismo entusiasmo destructivo.
El Dr. Francia, como también gustaba ser llamado, generó una suerte de mezcla del socialismo de los jesuitas de largas y profundas raíces en las misiones del Paraguay con una xenofobia extrema, aunada a la continuada intervención en las actividades productivas, tanto agrícolas como industriales, expropiando la mayor parte de las tierras y poniéndolas en manos de sus seguidores. Propició la enseñanza en escuelas estatales, preconizo la vida espartana, y la austeridad, abolió las procesiones religiosas, y otras festividades, no le bastaba con controlar el mundo material, necesitaba el control del espiritual, el dominio total de cuerpos y almas y así, para evitar influencias externas, cerró las puertas al comercio exterior, lo cual estaba también en correspondencia con la filosofía numantina del tirano.
Casualmente los textos de historia cubanos, tanto los universitarios como los de la enseñanza media alaban al tirano Dr. Francia sin ningún pudor, ¡qué raro! Entre las numerosas citas que se hacen del tirano esta es la que más disfrutamos:
"Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que le nombrara mi capellán, pero bien se está él en Roma y yo en La Asunción."
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