Waldo Acebo Meireles
Quienes cargamos algunos añitos, no sólo en las costillas, recordamos ese letrerito sarcástico, egoísta, aprehensivo, desarmante y desestimulante que algunos bodegueros colgaban a la vista del público con el propósito de evitar solicitudes de ventas al ‘fíao’ que no estaban dispuestos a otorgar.
En aquella lejana época en que no existían buroes de créditos, ni por supuesto las dichosas tarjetas, el ‘fíao’ era la forma más socorrida de crédito para la población, especialmente la urbana ya que en el campo el meneo era bien diferente.
Para ilustración de las nuevas generaciones explicaremos como era el asunto, sus ventajas y desventajas: Aquellos bodegueros con mejores intenciones le abrían una “línea de crédito” a un potencial cliente después de recibir una solicitud verbal e informal, el bodeguero le miraba la cara al cliente, o marchante, como también se le decía, a veces le preguntaba donde trabajaba, si era nuevo en el barrio, cuando pensaba hacer las liquidaciones, semanales o quincenales, y si todo le parecía adecuado ahí mismo quedaba establecido el acuerdo y comenzaba el ‘fíao’. En ocasiones el solicitante se hacía acompañar por alguien conocido por el bodeguero que podía avalar la solvencia, puntualidad y seriedad del aspirante al ‘fíao’.
En algunos casos el bodeguero no muy satisfecho con las respuestas le daba un poco de largas al asunto con frases como que tenía que consultar con su mujer, o con el dueño, o que por el momento la cosa no estaba buena, o que tenía mucho ‘fíao’, etc., etc., pero que más adelante vería la cuestión. El objetivo era hacer una investigación que en muchos casos era simplemente mandar al dependiente o al repartidor de mandados, el mandadero, a ver donde vivía el fulano, cómo se veía la casa y otros detalles que podían confirmar, o no, la posible y eventual solvencia del solicitante. Si no había nada raro o sospechoso después de esta dilación se abría el crédito.
A partir del momento de que el bodeguero admitía a un cliente de ‘fíao’ le abría una hoja en una libreta sin rayas de 5 ctvs. y en los mejores casos le entregaba al cliente una libretica de bolsillo también de 5 ctvs., en este caso sí tenía rayas, en dónde se le anotarían las compras, fechas e importes, lo cual al final del período de gracias, permitía coordinar las anotaciones y garantizar que el importe total fuera el correcto.
Lo del ‘fíao’ tomó carta de nacionalidad y se incorporó al ser cubano, tan es así que aquel emulo barriotero de Casanova que quería pasar a mayores sin previa consolidación de ningún acuerdo pre-matrimonial pues se le decía que quería: Coger de ‘fíao’ [coger en Cuba no tenía, ni tiene, la misma acepción que por otros lares, pero para el caso se entiende]. Por tanto quedó la palabrita, y su filosofía, impregnada en nuestro quehacer diario y no limitado a las actividades crediticias sino a las no menos importantes del erotismo criollo.
En enero de 1959 entregamos el país de ‘fíao’, las elementales precauciones del bodeguero no fueron utilizadas, el cliente no era tan nuevo en el barrio y se le sabía de algunos pasos raros, es cierto que utilizó fiadores de respeto, pero había dudas sobre la seriedad y la puntualidad. Después de ese primer ‘fíao’, vinieron otros, y otros, y otros, siempre esperanzados en poder cobrar, siempre temerosos en perder el cliente, que no era tal, era ya en realidad el dueño y señor de todo.
Como nación fue este nuestro fracaso mayor que hace palidecer todos los anteriores. ¿De algo habrá servido la lección y sabremos aplicar el otro versito que decía?:
“Si fío,
pierdo lo mío;
si doy,
a la ruina voy;
si presto,
al cobrar molesto.
Para evitar todo esto:
ni fío, ni doy ni presto”
Quienes cargamos algunos añitos, no sólo en las costillas, recordamos ese letrerito sarcástico, egoísta, aprehensivo, desarmante y desestimulante que algunos bodegueros colgaban a la vista del público con el propósito de evitar solicitudes de ventas al ‘fíao’ que no estaban dispuestos a otorgar.
En aquella lejana época en que no existían buroes de créditos, ni por supuesto las dichosas tarjetas, el ‘fíao’ era la forma más socorrida de crédito para la población, especialmente la urbana ya que en el campo el meneo era bien diferente.
Para ilustración de las nuevas generaciones explicaremos como era el asunto, sus ventajas y desventajas: Aquellos bodegueros con mejores intenciones le abrían una “línea de crédito” a un potencial cliente después de recibir una solicitud verbal e informal, el bodeguero le miraba la cara al cliente, o marchante, como también se le decía, a veces le preguntaba donde trabajaba, si era nuevo en el barrio, cuando pensaba hacer las liquidaciones, semanales o quincenales, y si todo le parecía adecuado ahí mismo quedaba establecido el acuerdo y comenzaba el ‘fíao’. En ocasiones el solicitante se hacía acompañar por alguien conocido por el bodeguero que podía avalar la solvencia, puntualidad y seriedad del aspirante al ‘fíao’.
En algunos casos el bodeguero no muy satisfecho con las respuestas le daba un poco de largas al asunto con frases como que tenía que consultar con su mujer, o con el dueño, o que por el momento la cosa no estaba buena, o que tenía mucho ‘fíao’, etc., etc., pero que más adelante vería la cuestión. El objetivo era hacer una investigación que en muchos casos era simplemente mandar al dependiente o al repartidor de mandados, el mandadero, a ver donde vivía el fulano, cómo se veía la casa y otros detalles que podían confirmar, o no, la posible y eventual solvencia del solicitante. Si no había nada raro o sospechoso después de esta dilación se abría el crédito.
A partir del momento de que el bodeguero admitía a un cliente de ‘fíao’ le abría una hoja en una libreta sin rayas de 5 ctvs. y en los mejores casos le entregaba al cliente una libretica de bolsillo también de 5 ctvs., en este caso sí tenía rayas, en dónde se le anotarían las compras, fechas e importes, lo cual al final del período de gracias, permitía coordinar las anotaciones y garantizar que el importe total fuera el correcto.
Lo del ‘fíao’ tomó carta de nacionalidad y se incorporó al ser cubano, tan es así que aquel emulo barriotero de Casanova que quería pasar a mayores sin previa consolidación de ningún acuerdo pre-matrimonial pues se le decía que quería: Coger de ‘fíao’ [coger en Cuba no tenía, ni tiene, la misma acepción que por otros lares, pero para el caso se entiende]. Por tanto quedó la palabrita, y su filosofía, impregnada en nuestro quehacer diario y no limitado a las actividades crediticias sino a las no menos importantes del erotismo criollo.
En enero de 1959 entregamos el país de ‘fíao’, las elementales precauciones del bodeguero no fueron utilizadas, el cliente no era tan nuevo en el barrio y se le sabía de algunos pasos raros, es cierto que utilizó fiadores de respeto, pero había dudas sobre la seriedad y la puntualidad. Después de ese primer ‘fíao’, vinieron otros, y otros, y otros, siempre esperanzados en poder cobrar, siempre temerosos en perder el cliente, que no era tal, era ya en realidad el dueño y señor de todo.
Como nación fue este nuestro fracaso mayor que hace palidecer todos los anteriores. ¿De algo habrá servido la lección y sabremos aplicar el otro versito que decía?:
“Si fío,
pierdo lo mío;
si doy,
a la ruina voy;
si presto,
al cobrar molesto.
Para evitar todo esto:
ni fío, ni doy ni presto”
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