Waldo Acebo Meireles.
Los vendedores ambulantes en Hialeah recorren una amplia gama de mercancías e incluso servicios. Esta institución económica se ha ido extendiendo al resto del Condado, pero sus inicios sin lugar a dudas están por acá. El vendedor ambulante requiere una contrapartida: el comprador, el marchante, sedentario, los cuales abundan en los complejos habitacionales de esta ciudad.
El más conspicuo vendedor ambulante es aquel que adorna su pequeño camión con plátanos, maduros y verdes, vianda o de fruta; malangas, boniatos, mangos, amarillas calabazas, coles y una extensa variedad de otras verduras, hortalizas, legumbres y frutas. Este es un lejano heredero de aquel que alquilando por unas monedas una carretilla la surtía en la Plaza de Cristina, el Mercado Único, y salía llevando sus mercancías hasta los más alejados barrios habaneros.
Igual que los anteriores los camioncitos de helados que recorren las barriadas ‘jayalenses’ son descendientes directos de aquellos que usando tracción animal, su propia fuerza, o en el mejor de los casos una motoneta Cushman adaptada para aquellos menesteres iban moviendo sus campanillas para llamar a los infantiles consumidores. Más modernos equipamientos permiten a estos heladeros generar una musiquilla a veces exasperante, sobre todo para los padres.
Pero el que más atención me ha despertado es el amolador de tijeras, esta antiquísima profesión, este oficio con raíces en el medioevo que tiende a desaparecer por el propio desarrollo tecnológico que se ha encarnizado en contra de esos otrora prestigiosos artesanos de filos, contrafilos y punta. Ha pasado la época en que barberos y costureras se preciaban de unas tijeras Solingen, que podían pasar de una generación a otra; los cuchillos de filo permanente al láser, o los de filos aserrados, o los de aceros de alta dureza que requieren, cuando lo requieren, maquinas especiales para el afilado como si fuesen brocas o cuchillas de tornos al diamante, van haciendo fenecer este oficio.
Sin embargo aún en Hialeah perdura uno, quizás el ultimo por acá de esta honorable estirpe. En Cuba el oficio estaba en manos de gallegos industriosos, que con aquellos complejos aparatos mezcla de monociclos y taburete iban por las calles con su ‘flauta de pan’, me refiero al instrumento musical, anunciando sus servicios. Este remanente de por acá utiliza el mismo reclamo pero grabado y amplificado, que hay que adaptarse de alguna forma a los tiempos, ¡qué remedio!
Nota: En el museo de Ibor City, en Tampa, se conserva uno de estos artefactos, pero puede ahorrarse el viaje colocando en ‘search’de YouTube la palabra amolador y/o afilador y verá estos equipos y hasta podrá oir la ‘flautas de pan’ que al parecer aún son comunes en Portugal y Suramérica. [link]
Los vendedores ambulantes en Hialeah recorren una amplia gama de mercancías e incluso servicios. Esta institución económica se ha ido extendiendo al resto del Condado, pero sus inicios sin lugar a dudas están por acá. El vendedor ambulante requiere una contrapartida: el comprador, el marchante, sedentario, los cuales abundan en los complejos habitacionales de esta ciudad.
El más conspicuo vendedor ambulante es aquel que adorna su pequeño camión con plátanos, maduros y verdes, vianda o de fruta; malangas, boniatos, mangos, amarillas calabazas, coles y una extensa variedad de otras verduras, hortalizas, legumbres y frutas. Este es un lejano heredero de aquel que alquilando por unas monedas una carretilla la surtía en la Plaza de Cristina, el Mercado Único, y salía llevando sus mercancías hasta los más alejados barrios habaneros.
Igual que los anteriores los camioncitos de helados que recorren las barriadas ‘jayalenses’ son descendientes directos de aquellos que usando tracción animal, su propia fuerza, o en el mejor de los casos una motoneta Cushman adaptada para aquellos menesteres iban moviendo sus campanillas para llamar a los infantiles consumidores. Más modernos equipamientos permiten a estos heladeros generar una musiquilla a veces exasperante, sobre todo para los padres.
Pero el que más atención me ha despertado es el amolador de tijeras, esta antiquísima profesión, este oficio con raíces en el medioevo que tiende a desaparecer por el propio desarrollo tecnológico que se ha encarnizado en contra de esos otrora prestigiosos artesanos de filos, contrafilos y punta. Ha pasado la época en que barberos y costureras se preciaban de unas tijeras Solingen, que podían pasar de una generación a otra; los cuchillos de filo permanente al láser, o los de filos aserrados, o los de aceros de alta dureza que requieren, cuando lo requieren, maquinas especiales para el afilado como si fuesen brocas o cuchillas de tornos al diamante, van haciendo fenecer este oficio.
Sin embargo aún en Hialeah perdura uno, quizás el ultimo por acá de esta honorable estirpe. En Cuba el oficio estaba en manos de gallegos industriosos, que con aquellos complejos aparatos mezcla de monociclos y taburete iban por las calles con su ‘flauta de pan’, me refiero al instrumento musical, anunciando sus servicios. Este remanente de por acá utiliza el mismo reclamo pero grabado y amplificado, que hay que adaptarse de alguna forma a los tiempos, ¡qué remedio!
Nota: En el museo de Ibor City, en Tampa, se conserva uno de estos artefactos, pero puede ahorrarse el viaje colocando en ‘search’de YouTube la palabra amolador y/o afilador y verá estos equipos y hasta podrá oir la ‘flautas de pan’ que al parecer aún son comunes en Portugal y Suramérica. [link]
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