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viernes, 22 de enero de 2010

El Archivo Nacional [I]



Waldo Acebo Meireles


Dos informaciones disímiles me llegaron casi al unísono: El 170 aniversario del Archivo Nacional de Cuba y el evento “Actualidad del Pensamiento de Antonio Núñez Jiménez”.

El Archivo es una de las pocas instituciones que han perdurado de la época republicana, incluso de la colonial, ya que fue fundado el 28 de enero de 1840. Es uno de los Archivos más importantes de América, fuente de imprescindible información histórica de territorios tan diversos como La Florida o Venezuela, descontado, como es lógico, Cuba.

Probablemente no exista otro en Hispanoamérica como este, tanto por su riqueza, como por su alto grado de organización, aunque corresponda a una época pre-digital. Desgraciadamente el Archivo ha sido una victima más de la incuria e incluso del vandalismo que caracteriza el devenir de nuestro país.

Y aquí es donde conectamos al más que ensalzado Nuñez Jiménez con el Archivo. En decenas de ocasiones, revisando un legajo me encontraba que el plano o mapa que lo debería acompañar había sido sustituido por una hoja en blanco con una frase o código que ahora no recuerdo con exactitud. Después de ocurrirme esto en varias ocasiones me dirigí al empleado al frente de la sala general y le pregunté que cosa era aquello. Su respuesta fue vaga e imprecisa, algo así como que eran documentos en uso por otra institución, o en proceso de reproducción, o en restauración, o... etc., etc. Lo mismo ocurría con los fondos propiamente cartográficos, pedías un mapa que según el fichero-catálogo debería estar y simplemente no estaba.

La verdad la supe tiempo después y no precisamente en el Archivo: Antonio Núñez Jiménez entró a saco en los fondos del Archivo y cargó con los mejores ejemplos de la cartografía colonial y republicana. Su destino, desconocido, probablemente en los archivos personales del gran geógrafo; en la zona residencial de Santa María del Mar, donde poseía una editora personal con todos los recursos necesarios, prácticamente inexistentes en el país, y donde se editaban los bodrios, escritos al parecer a partir de notas o fichas inconexas, donde lo mismo se hablaba de piratas, que de la vida submarina, de cuevas, palmares, y de cuanto dios creó y Núñez Jiménez “descubrió”... y juntó.

Estas geniales obras, de uso obligatorio en escuelas y centros universitarios, impresos en el mejor papel, encuadernados y con sobrecubierta; con ilustraciones a todo color, todo ello vedado para los simples mortales, eran el resultado de la editora privada, sufragada con recursos del estado, y del asalto al patrimonio nacional. A dónde habrán ido a parar tanto documento de incalculable valor. Qui lo sa.

Recientemente alguien mencionaba el asunto de los recursos del patrimonio nacional y su desplazamiento fuera del ámbito cubano, y salían nuevamente a relucir los papeles o legajos que llegaron a manos de Moreno Fraginals, él los devolvió a Eusebio Leal y al cabo de cierto tiempo volvió a recibirlo de manos desconocidas o no especificadas por él. Son legajos viajeros con cierta propensión al boomerang.

Desgraciadamente los dos casos mencionados no son los únicos, no son ni tan siquiera la punta del iceberg, son un cubito de hielo en comparación con el problema real.

De vez en cuando me encontraba con alguien en la antesala que evidentemente esperaba por algo, en ocasiones la espera terminaba en breves minutos y podía observar cuando algún funcionario o empleado salía con un sobre grande confeccionado artesanalmente, o incluso con un pequeño paquete, lo entregaba con innecesaria discreción y el receptor salía sin hacer comentario alguno, en más de una ocasión un auto esperaba a pocos metros de la entrada principal del Archivo en otras simplemente el personaje doblaba en la esquina y desaparecía.

Misterio, ¿qué podrían contener los sobres, o los paquetes?, vaya usted a saber, pero no eran tamales, ni mal ni bien envueltos. Es muy probable que no fueran, necesariamente, documentos de incuestionable valor histórico, es posible que fuesen actas notariales, asuntos de trámites de propiedades, y cosas del mismo tenor; pero era aquel aire de misterio, de cosa oculta, de lo prohibido, que estaba estampado en los movimientos, miradas y acciones de los personajes implicados, lo que atraía mi atención.

Esas sigilosas acciones eran perturbadoras en grado sumo y me hacían temer que nuestro patrimonio nacional estaba siendo asaltado a mansalva.

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