[publicado originalmente en E. Ichikawa]
Waldo Acebo Meireles
Dos recientes artículos, uno de Fareed Zakaria y el otro de Leonardo Calvo Cárdenas abordan el problema de la propiedad agraria, este ultimo señala al final de su artículo, refiriéndose a las recientes regulaciones que intentan una redistribución de los inmensos latifundios estatales, pero con las consabidas limitaciones de adecuación política del presunto destinatario y otra trabas e inconvenientes a los que nos referiremos más abajo: “Cada minuto que se pierda para abrir los espacios al libre desenvolvimiento de los ciudadanos y reordenar en positivo las relaciones económicas internas será nefasto para el reto de construir la Cuba de prosperidad y equilibrios soñada por tantos años.” Zakaria nos dice casi exactamente lo mismo pero quizás con mayor claridad: “In most developing countries, land is the most important asset, and is key to economic and thus political power… The solution is land reform, an orderly redistribution of assets” [En la mayor parte de los países en desarrollo la tierra es el más importante activo, y es la clave para el poder económico y político… La solución es una reforma agraria una ordenada redistribución de los bienes”].
Reforma agraria hemos padecido de varias, y no me refiero solo a las de 1959 y 1963, aunque esas fueron las únicas que jurídicamente se presentaron como tales. A la llegada del conquistador y procederse a los repartos de tierras, y de paso de los indios encomendados, se produjo lo que podemos llamar nuestra primera reforma agraria. De una posesión natural de la tierra, más que posesión un uso, en la cual el aborigen se asentaba y utilizaba el medio como base de su sustento de manera natural sin otro ánimo que ese, de ese estado primigenio, cuasi edénico, pasamos a una posesión refrendada por la fuerza y la aplicación más o menos consecuente de las ‘Leyes de Indias’.
El cabildo de La Habana con alegría y entusiasmo repartió corrales, hatos y estancias al ‘buen tun tun’, generando tal desastre que tomó varias décadas el solucionar el enredo que crearon. Eran aquellos inefables tiempos en que al recibir una real orden, que generalmente llegaba con casi un año de retraso firmada por la augusta persona, ni resolvía la situación que había demandado el interés del Rey, ni se ajustaba a los deseos de la poderosa, relativamente, oligarquía habanera. De ahí la deliciosa actuación de los regidores que tendría gran trascendencia en la sociología del cubano de los siglos posteriores, y que consistía en poner sobre su cabeza la orden real y proclamar con voz profunda y bien articulada: ‘Se acata… pero no se cumple’.
Pero llegó el siglo XVIII y el desarrollo de la industria azucarera se encontró, entre otros variados problemas, el del asunto de la posesión, que no era propiedad, de la tierra. Cómo iniciar una industria que requería, aún en aquellos primeros tiempos, de una inversión de capital que se tendría que realizar sobre la base de una ‘no propiedad’ del principal activo: la tierra.
No, a nadie se le ocurriría emplear su capital en y sobre algo de lo cual solo tenía en el mejor de los casos un simple registro en las actas del Cabildo y que podía en cualquier momento ser retomado por su verdadero, por la gracia de Dios, propietario: el Rey.
El proceso de transformación de los corrales y hatos en pequeñas, medianas y grandes haciendas llevó años, miles de miles de legajos en el Archivo Nacional de Cuba recogen las batallas legales que se originaron en el proceso que conocemos como demolición de las haciendas comunales. Ese proceso que para ser completado requirió la sabiduría, habilidad y el ingenio de varios funcionarios y decenas de miembros de la naciente burguesía; marcó las bases para que la tierra, el principal activo, no sólo dejara de ser una posesión sino propiedad con todas las prerrogativas que de tal estatus se derivan, lo cual incluye su enajenación en un acto de compra y venta, dentro de los cánones del mercado capitalista.
Con el surgimiento del mercado de tierra se abrió una nueva etapa en esa reforma agraria y con ella la acumulación de tierras en pocas manos pero ya no como una posesión, sino como una propiedad, se desarrollaron las formas de explotación de la mano de obra que correspondía a esa nueva estructura con el aparcero, el arrendatario, el precaristas, todas ellas formas no feudales, como gustan de señalar ciertos historiadores, sino como formas de explotación vinculadas a la economía mercantil. La tierra misma era una mercancía.
Sobre la explotación del esclavo y paralelamente a esa estructura no clásica de esclavitud se desarrolló esas otras formas de apropiación del trabajo ajeno. Cultivos como el del tabaco generaron una incipiente pequeña burguesía agraria y el desarrollo de la industria azucarera con la entrada de los adelantos técnicos en el siglo XIX fue preparando las bases del colonato, que nada tiene que ver con la forma de explotación del mismo nombre en los años finales de Roma, y que fuese precursora de las estructuras feudales.
El colonato en Cuba es la peculiar manera en que la separación de la industria de la agricultura se desarrolló, el mismo se agilizó con las guerras independentistas ampliando las bases de una burguesía agraria que tendría en la república un importante papel en los campos cubanos.
Otros menos importante procesos de transformación agraria se produjeron en el siglo XIX como la desaparición de los llamados ‘bienes de mano muertas’ que eran posesiones de la Iglesia y que resultaban en grandes posesiones generalmente improductivas,
Al finalizar la guerra de independencia en 1898, prácticamente la estructura agraria de Cuba estaba finalizada y refrendada jurídicamente. Dos interesantes procesos se destacan a partir de ese momento: Uno la penetración del capital norteamericano y la compra de tierras que entre otros Sanguily y Juan Gualberto Gómez trataron de frenar, lo cual visto desde la actual perspectiva era una tarea imposible, ya que se enfrentaban a las fuerzas del mercado capitalista, a sus avatares, a sus altas y bajas.
El otro y que, también queremos analizar desde la perspectiva actual, fue el proceso de reconstrucción de la agricultura después de los terribles destrozos ocasionados por la guerra, en particular en las provincias occidentales.
La tea, y más que la tea la ‘reconcentración’ dejaron nuestros campos desiertos, pocas cabezas de ganado en el occidente se salvaron del bandolerismo, las necesidades de las tropas españolas y mambisas, y de la hambruna generalizada. Los cultivos eran prácticamente inexistentes y sólo en los alrededores de las zonas fortificadas que defendían las poblaciones rurales. El censo de de 1899 deja claro los estragos sufridos por la guerra, el del 1907 nos deja entrever que esos estragos fueron superados en menos de los 8 años transcurridos de un censo al otro.
¿Cómo se produjo eso que podemos llamar milagro económico? Tomemos en cuenta que ese proceso en nada dependió de inversiones extranjeras, sólo las pequeñas aportaciones de capital comercial en forma de ‘refacción’, de larga tradición en nuestros campos, y que generalmente era suministrada o por pequeños comerciantes de la zona o por otro campesino, pero esto último no era lo común.
Sin bueyes, con la tierra yerma y necesitada de una profunda preparación, casi sin aperos, el campesino se aprestó, en primer término a alimentar a su familia y después a producir para el mercado. El campo rindió frutos y las hambrunas desaparecieron, y ninguna ayuda se recibió para aliviarla, fue el trabajo el que dio la solución. Para 1907 la población en la mayor parte de los pueblos y ciudades afectadas por la guerra se había recuperado y en muchos de ellos se incrementó con relación a 1895.
Sin empréstitos, ayuda o inversiones extranjeras, sin bancos que financiara la recuperación económica se logró la misma.
El siglo XX profundizó y expandió las formas capitalistas de explotación agraria sin con ello admitir que esto generó en todos los planos las más adecuadas formas de distribución y explotación de la tierra. El latifundio improductivo fue un mal de la república que intentó tibiamente eliminar en la Constitución del 40, ello justificó la reforma agraria de 1959 que tenía un fuerte fundamento económico y social, aún cuando el postulado ‘la tierra para quien la trabaja’ quedara prácticamente incumplido con la constitución de las ‘granjas del pueblo’ y las demás invenciones nominales que no fueron más que formas mal aplicadas de capitalismo de estado. El proceso refrendado por la llamada Segunda Reforma Agraria en 1963 ya carecía de un fundamento económico, su justificación era ideológicas y sus resultados la expropiación del campesino medio.
El desastre generado se hace evidente cuando tomamos la propia Habana que antes de 1959 prácticamente se auto abastecía, alrededor de la ciudad existía un cinturón de pequeñas propiedades que suministraban la leche, junto a modernas plantas para procesarla, además las legumbres y otros alimentos eran producidos a menos de 15 kilómetros del Capitolio, las lechugas y otras actuales rarezas eran sembradas por los chinos en pequeñísimas parcelas bien regadas por los pequeños arroyos tributarios del Almendares. La genial invención del Cordón de la Habana solo trató de reproducir algo que había existido y funcionado sin dificultades, dentro de la estructura de la agricultura mercantil.
Es mi criterio que el problema agrario es básico: Cuba es un país agrario, lo sigue siendo, a pesar de que su población urbana es mayoritaria, por tanto la solución del problema agrario es vital.
Sin embargo cuando leemos, o escuchamos, los proyectos que en ocasiones, por cierto que no muchas, se han elaborado para la reconstrucción del país, este primordial tema ni se menciona. Tomemos un ejemplo reciente que con el título de “Para propiciar el día después” realiza una serie de proposiciones de que hacer para ese esperado día, y después. Podemos estar o no de acuerdo con lo que propone, pero lo que si consideramos un serio error es el pasar por alto qué medidas se tomaran con la propiedad agraria, qué se hará con los grandes latifundios estatales, cómo se va a lograr reconstruir la clase campesina virtualmente desaparecida, cómo se va a lograr elevar la producción alimentaria. Quién y cómo va a facilitar los recursos económicos, imprescindibles en la actualidad, para llevar la agricultura a los niveles de producción necesarios.
Todos estos cometidos son impostergables para la recuperación económica del país y en particular para sentar las bases, por lo menos las bases, de una sociedad democrática, qué con ello no bastará, claro que no, pero sin ello considero que será imposible.
Necesitamos otra reforma agraria.
Waldo Acebo Meireles
Dos recientes artículos, uno de Fareed Zakaria y el otro de Leonardo Calvo Cárdenas abordan el problema de la propiedad agraria, este ultimo señala al final de su artículo, refiriéndose a las recientes regulaciones que intentan una redistribución de los inmensos latifundios estatales, pero con las consabidas limitaciones de adecuación política del presunto destinatario y otra trabas e inconvenientes a los que nos referiremos más abajo: “Cada minuto que se pierda para abrir los espacios al libre desenvolvimiento de los ciudadanos y reordenar en positivo las relaciones económicas internas será nefasto para el reto de construir la Cuba de prosperidad y equilibrios soñada por tantos años.” Zakaria nos dice casi exactamente lo mismo pero quizás con mayor claridad: “In most developing countries, land is the most important asset, and is key to economic and thus political power… The solution is land reform, an orderly redistribution of assets” [En la mayor parte de los países en desarrollo la tierra es el más importante activo, y es la clave para el poder económico y político… La solución es una reforma agraria una ordenada redistribución de los bienes”].
Reforma agraria hemos padecido de varias, y no me refiero solo a las de 1959 y 1963, aunque esas fueron las únicas que jurídicamente se presentaron como tales. A la llegada del conquistador y procederse a los repartos de tierras, y de paso de los indios encomendados, se produjo lo que podemos llamar nuestra primera reforma agraria. De una posesión natural de la tierra, más que posesión un uso, en la cual el aborigen se asentaba y utilizaba el medio como base de su sustento de manera natural sin otro ánimo que ese, de ese estado primigenio, cuasi edénico, pasamos a una posesión refrendada por la fuerza y la aplicación más o menos consecuente de las ‘Leyes de Indias’.
El cabildo de La Habana con alegría y entusiasmo repartió corrales, hatos y estancias al ‘buen tun tun’, generando tal desastre que tomó varias décadas el solucionar el enredo que crearon. Eran aquellos inefables tiempos en que al recibir una real orden, que generalmente llegaba con casi un año de retraso firmada por la augusta persona, ni resolvía la situación que había demandado el interés del Rey, ni se ajustaba a los deseos de la poderosa, relativamente, oligarquía habanera. De ahí la deliciosa actuación de los regidores que tendría gran trascendencia en la sociología del cubano de los siglos posteriores, y que consistía en poner sobre su cabeza la orden real y proclamar con voz profunda y bien articulada: ‘Se acata… pero no se cumple’.
Pero llegó el siglo XVIII y el desarrollo de la industria azucarera se encontró, entre otros variados problemas, el del asunto de la posesión, que no era propiedad, de la tierra. Cómo iniciar una industria que requería, aún en aquellos primeros tiempos, de una inversión de capital que se tendría que realizar sobre la base de una ‘no propiedad’ del principal activo: la tierra.
No, a nadie se le ocurriría emplear su capital en y sobre algo de lo cual solo tenía en el mejor de los casos un simple registro en las actas del Cabildo y que podía en cualquier momento ser retomado por su verdadero, por la gracia de Dios, propietario: el Rey.
El proceso de transformación de los corrales y hatos en pequeñas, medianas y grandes haciendas llevó años, miles de miles de legajos en el Archivo Nacional de Cuba recogen las batallas legales que se originaron en el proceso que conocemos como demolición de las haciendas comunales. Ese proceso que para ser completado requirió la sabiduría, habilidad y el ingenio de varios funcionarios y decenas de miembros de la naciente burguesía; marcó las bases para que la tierra, el principal activo, no sólo dejara de ser una posesión sino propiedad con todas las prerrogativas que de tal estatus se derivan, lo cual incluye su enajenación en un acto de compra y venta, dentro de los cánones del mercado capitalista.
Con el surgimiento del mercado de tierra se abrió una nueva etapa en esa reforma agraria y con ella la acumulación de tierras en pocas manos pero ya no como una posesión, sino como una propiedad, se desarrollaron las formas de explotación de la mano de obra que correspondía a esa nueva estructura con el aparcero, el arrendatario, el precaristas, todas ellas formas no feudales, como gustan de señalar ciertos historiadores, sino como formas de explotación vinculadas a la economía mercantil. La tierra misma era una mercancía.
Sobre la explotación del esclavo y paralelamente a esa estructura no clásica de esclavitud se desarrolló esas otras formas de apropiación del trabajo ajeno. Cultivos como el del tabaco generaron una incipiente pequeña burguesía agraria y el desarrollo de la industria azucarera con la entrada de los adelantos técnicos en el siglo XIX fue preparando las bases del colonato, que nada tiene que ver con la forma de explotación del mismo nombre en los años finales de Roma, y que fuese precursora de las estructuras feudales.
El colonato en Cuba es la peculiar manera en que la separación de la industria de la agricultura se desarrolló, el mismo se agilizó con las guerras independentistas ampliando las bases de una burguesía agraria que tendría en la república un importante papel en los campos cubanos.
Otros menos importante procesos de transformación agraria se produjeron en el siglo XIX como la desaparición de los llamados ‘bienes de mano muertas’ que eran posesiones de la Iglesia y que resultaban en grandes posesiones generalmente improductivas,
Al finalizar la guerra de independencia en 1898, prácticamente la estructura agraria de Cuba estaba finalizada y refrendada jurídicamente. Dos interesantes procesos se destacan a partir de ese momento: Uno la penetración del capital norteamericano y la compra de tierras que entre otros Sanguily y Juan Gualberto Gómez trataron de frenar, lo cual visto desde la actual perspectiva era una tarea imposible, ya que se enfrentaban a las fuerzas del mercado capitalista, a sus avatares, a sus altas y bajas.
El otro y que, también queremos analizar desde la perspectiva actual, fue el proceso de reconstrucción de la agricultura después de los terribles destrozos ocasionados por la guerra, en particular en las provincias occidentales.
La tea, y más que la tea la ‘reconcentración’ dejaron nuestros campos desiertos, pocas cabezas de ganado en el occidente se salvaron del bandolerismo, las necesidades de las tropas españolas y mambisas, y de la hambruna generalizada. Los cultivos eran prácticamente inexistentes y sólo en los alrededores de las zonas fortificadas que defendían las poblaciones rurales. El censo de de 1899 deja claro los estragos sufridos por la guerra, el del 1907 nos deja entrever que esos estragos fueron superados en menos de los 8 años transcurridos de un censo al otro.
¿Cómo se produjo eso que podemos llamar milagro económico? Tomemos en cuenta que ese proceso en nada dependió de inversiones extranjeras, sólo las pequeñas aportaciones de capital comercial en forma de ‘refacción’, de larga tradición en nuestros campos, y que generalmente era suministrada o por pequeños comerciantes de la zona o por otro campesino, pero esto último no era lo común.
Sin bueyes, con la tierra yerma y necesitada de una profunda preparación, casi sin aperos, el campesino se aprestó, en primer término a alimentar a su familia y después a producir para el mercado. El campo rindió frutos y las hambrunas desaparecieron, y ninguna ayuda se recibió para aliviarla, fue el trabajo el que dio la solución. Para 1907 la población en la mayor parte de los pueblos y ciudades afectadas por la guerra se había recuperado y en muchos de ellos se incrementó con relación a 1895.
Sin empréstitos, ayuda o inversiones extranjeras, sin bancos que financiara la recuperación económica se logró la misma.
El siglo XX profundizó y expandió las formas capitalistas de explotación agraria sin con ello admitir que esto generó en todos los planos las más adecuadas formas de distribución y explotación de la tierra. El latifundio improductivo fue un mal de la república que intentó tibiamente eliminar en la Constitución del 40, ello justificó la reforma agraria de 1959 que tenía un fuerte fundamento económico y social, aún cuando el postulado ‘la tierra para quien la trabaja’ quedara prácticamente incumplido con la constitución de las ‘granjas del pueblo’ y las demás invenciones nominales que no fueron más que formas mal aplicadas de capitalismo de estado. El proceso refrendado por la llamada Segunda Reforma Agraria en 1963 ya carecía de un fundamento económico, su justificación era ideológicas y sus resultados la expropiación del campesino medio.
El desastre generado se hace evidente cuando tomamos la propia Habana que antes de 1959 prácticamente se auto abastecía, alrededor de la ciudad existía un cinturón de pequeñas propiedades que suministraban la leche, junto a modernas plantas para procesarla, además las legumbres y otros alimentos eran producidos a menos de 15 kilómetros del Capitolio, las lechugas y otras actuales rarezas eran sembradas por los chinos en pequeñísimas parcelas bien regadas por los pequeños arroyos tributarios del Almendares. La genial invención del Cordón de la Habana solo trató de reproducir algo que había existido y funcionado sin dificultades, dentro de la estructura de la agricultura mercantil.
Es mi criterio que el problema agrario es básico: Cuba es un país agrario, lo sigue siendo, a pesar de que su población urbana es mayoritaria, por tanto la solución del problema agrario es vital.
Sin embargo cuando leemos, o escuchamos, los proyectos que en ocasiones, por cierto que no muchas, se han elaborado para la reconstrucción del país, este primordial tema ni se menciona. Tomemos un ejemplo reciente que con el título de “Para propiciar el día después” realiza una serie de proposiciones de que hacer para ese esperado día, y después. Podemos estar o no de acuerdo con lo que propone, pero lo que si consideramos un serio error es el pasar por alto qué medidas se tomaran con la propiedad agraria, qué se hará con los grandes latifundios estatales, cómo se va a lograr reconstruir la clase campesina virtualmente desaparecida, cómo se va a lograr elevar la producción alimentaria. Quién y cómo va a facilitar los recursos económicos, imprescindibles en la actualidad, para llevar la agricultura a los niveles de producción necesarios.
Todos estos cometidos son impostergables para la recuperación económica del país y en particular para sentar las bases, por lo menos las bases, de una sociedad democrática, qué con ello no bastará, claro que no, pero sin ello considero que será imposible.
Necesitamos otra reforma agraria.
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