Waldo Acebo
Meireles
El amigo Ichikawa
aborda un tema de mi interés en su artículo
¿Y por qué tendrían los jóvenes que estar motivados para estudiar Historia de
Cuba?, la respuesta corta es que no tienen razón alguna para estar motivado
por la Historia en general y menos aún por la de Cuba en particular.
Para ser sinceros,
la Historia como asignatura, nunca fue de las más gratas, los métodos de su
enseñanza no contribuían a ello, aunque algunos maestros lograban despertar el
interés de sus alumnos usando lo más novedoso de las técnicas de enseñanza, a
ello me he referido con anterioridad. Confieso que yo mismo que he enseñado,
estudiado e investigado temas de Historia, en mis años juveniles tampoco fui un
"fan" de la misma.
Resultados como estos no solo hablan muy mal de la enseñanza de la Historia, sino de la formación de esos profesores, es decir que dejan al desnudo los serios problemas que enfrentara el ‘después’ desde la primaria hasta, necesariamente, la Universidad.
Qué se puede
esperar de un sistema que pretende formar a sus profesores, en los Institutos
Pedagógicos, a partir de ideas rectoras como las siguientes, las mismas están
tomadas del currículo para la formación de los profesores de Ciencias
Humanísticas:
-Sólida preparación política e ideológica basado en los principios de la
Hasta finales de la década del 50 [y en esa lejana época fue mi primer encuentro con la Historia como asignatura] la enseñanza de la Historia no rebasó el nivel anecdótico, carente de serios análisis factuales y en general de una búsqueda de determinaciones causales. El carácter memorístico de la enseñanza de la Historia, por decir lo menos, era medieval y a contrapelo de las ideas de la escuela moderna, del pensamiento pedagógico cubano de esa época.
Sin embargo esas debilidades eran, salvadas por maestros y profesores que ‘ad libitum’ incorporaban sus experiencias y aplicaban sus voluntades renovadoras en sus clases. Feliz época en que los programas aún no eran “un documento estatal de obligatorio cumplimiento”. Ello le permitía a Hortensia Pichardo aplicar técnicas investigativas en sus clases en el Instituto de la Víbora, o a Portuondo, en el mismo centro de educación, no limitarse a sus brillantes narraciones sino propiciar intercambios de opiniones sobre personajes y acontecimientos. Líneas del tiempo, mapas de historia, documentos, y otros elementos esenciales, eran utilizados por ese entonces en las clases por aquellos maestros y profesores inmersos en la cultura pedagógica cubana, existía un potencial en camino de materializarse en una enseñanza moderna de la Historia.
“La
desmotivación de los jóvenes por la historia nacional y local amenaza raíces y
porvenires”.
Difícil es predecir
el futuro de la enseñanza de la Historia en Cuba, aun cuando desaparezca el
régimen que hoy padece, el desenraizar este medio siglo de errores y
barbaridades será una tarea, por decir lo menos, titánicas.
-Sólida preparación política e ideológica basado en los principios de la
ideología de la Revolución Cubana: Martiana, Marxista y Fidelista
-Portadores de los valores humanos y revolucionarios que requiere nuestra
sociedad.
-Poseedores de una cultura general integral con base humanista, que les
permitan tomar decisiones sobre su vida política en correspondencia con las
necesidades sociales del país y propicien su propio desarrollo humano.
Es el mismo esquema, el mismo dogma que viene aplicándose desde el inicio, que
no ha dado resultados pero que se continúa aplicando sin tomar en cuenta las
experiencias acumuladas, los resultados reales.
Hasta finales de la década del 50 [y en esa lejana época fue mi primer encuentro con la Historia como asignatura] la enseñanza de la Historia no rebasó el nivel anecdótico, carente de serios análisis factuales y en general de una búsqueda de determinaciones causales. El carácter memorístico de la enseñanza de la Historia, por decir lo menos, era medieval y a contrapelo de las ideas de la escuela moderna, del pensamiento pedagógico cubano de esa época.
Sin embargo esas debilidades eran, salvadas por maestros y profesores que ‘ad libitum’ incorporaban sus experiencias y aplicaban sus voluntades renovadoras en sus clases. Feliz época en que los programas aún no eran “un documento estatal de obligatorio cumplimiento”. Ello le permitía a Hortensia Pichardo aplicar técnicas investigativas en sus clases en el Instituto de la Víbora, o a Portuondo, en el mismo centro de educación, no limitarse a sus brillantes narraciones sino propiciar intercambios de opiniones sobre personajes y acontecimientos. Líneas del tiempo, mapas de historia, documentos, y otros elementos esenciales, eran utilizados por ese entonces en las clases por aquellos maestros y profesores inmersos en la cultura pedagógica cubana, existía un potencial en camino de materializarse en una enseñanza moderna de la Historia.
Pero todo ello se
frustró con la llegada de ese proceso destructivo que conocemos como ‘la revolución cubana’ y la inserción de
corrientes pedagógicas lejanas, ajenas e inadecuadas.
En los años 90 se
produjo un intento, en el que participé activamente, en tratar de sacar la
enseñanza de la Historia del estancamiento en que se encontraba, reincorporando
el pensamiento pedagógico nacional en particular la asociación de la ‘historias
locales’ idea que tenían sus raíces en el pensamiento pedagógico de Ramiro
Guerra. Evidentemente aquellas buenas intenciones se resolvieron con la
declaración del metodólogo Baracaldo de que:
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