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sábado, 20 de diciembre de 2014

Una respuesta cómplice.


 
Waldo Acebo Meireles

 
El amigo Ichikawa aborda un tema de mi interés en su artículo ¿Y por qué tendrían los jóvenes que estar motivados para estudiar Historia de Cuba?, la respuesta corta es que no tienen razón alguna para estar motivado por la Historia en general y menos aún por la de Cuba en particular.

 
Para ser sinceros, la Historia como asignatura, nunca fue de las más gratas, los métodos de su enseñanza no contribuían a ello, aunque algunos maestros lograban despertar el interés de sus alumnos usando lo más novedoso de las técnicas de enseñanza, a ello me he referido con anterioridad. Confieso que yo mismo que he enseñado, estudiado e investigado temas de Historia, en mis años juveniles tampoco fui un "fan" de la misma.

 Pero lo que vino después fue algo peor, cuando se estableció, o pretendió establecer, un vínculo indestructible entre patria-historia-revolución-socialismo-máximo líder. Ese vínculo fue fatal, y las clases de Historia pasaron a ser "teques" y generalmente malos "teques", como si los hubiese buenos. Las consecuencias no han podido ser más terribles, en el plano emocional: un profundo rechazo a la Historia, con esas relaciones obligadas; en el plano cognitivo a sandeces como la de Martí asaltando el Moncada [sic].

 Que la enseñanza de la Historia y muy en particular la de Cuba es un desastre no requiere mucho análisis, es el descubrimiento del agua tibia. Sin embargo de vez en cuando a alguien se le ocurre comprobarlo para encontrar que los profesores de Historia en la enseñanza media, en una gran proporción eran incapaces de mencionar tres historiadores cubanos; u ordenar cronológicamente diferentes hitos históricos.

Resultados como estos no solo hablan muy mal de la enseñanza de la Historia, sino de la formación de esos profesores, es decir que dejan al desnudo los serios problemas que enfrentara el ‘después’ desde la primaria hasta, necesariamente, la Universidad.

Qué se puede esperar de un sistema que pretende formar a sus profesores, en los Institutos Pedagógicos, a partir de ideas rectoras como las siguientes, las mismas están tomadas del currículo para la formación de los profesores de Ciencias Humanísticas:
-Sólida preparación política e ideológica basado en los principios de la

ideología de la Revolución Cubana: Martiana, Marxista y Fidelista
-Portadores de los valores humanos y revolucionarios que requiere nuestra
sociedad.
-Poseedores de una cultura general integral con base humanista, que les
permitan tomar decisiones sobre su vida política en correspondencia con las
necesidades sociales del país y propicien su propio desarrollo humano.
 
Es el mismo esquema, el mismo dogma que viene aplicándose desde el inicio, que no ha dado resultados pero que se continúa aplicando sin tomar en cuenta las experiencias acumuladas, los resultados reales.
 

Hasta finales de la década del 50 [y en esa lejana época fue mi primer encuentro con la Historia como asignatura] la enseñanza de la Historia no rebasó el nivel anecdótico, carente de serios análisis factuales y en general de una búsqueda de determinaciones causales. El carácter memorístico de la enseñanza de la Historia, por decir lo menos, era medieval y a contrapelo de las ideas de la escuela moderna, del pensamiento pedagógico cubano de esa época.

Sin embargo esas debilidades eran, salvadas por maestros y profesores que ‘ad libitum’ incorporaban sus experiencias y aplicaban sus voluntades renovadoras en sus clases. Feliz época en que los programas aún no eran “un documento estatal de obligatorio cumplimiento”. Ello le permitía a Hortensia Pichardo aplicar técnicas investigativas en sus clases en el Instituto de la Víbora, o a Portuondo, en el mismo centro de educación, no limitarse a sus brillantes narraciones sino propiciar intercambios de opiniones sobre personajes y acontecimientos. Líneas del tiempo, mapas de historia, documentos, y otros elementos esenciales, eran utilizados por ese entonces en las clases por aquellos maestros
y profesores inmersos en la cultura pedagógica cubana, existía un potencial en camino de materializarse en una enseñanza moderna de la Historia.

Pero todo ello se frustró con la llegada de ese proceso destructivo que conocemos como  ‘la revolución cubana’ y la inserción de corrientes pedagógicas lejanas, ajenas e inadecuadas.

En los años 90 se produjo un intento, en el que participé activamente, en tratar de sacar la enseñanza de la Historia del estancamiento en que se encontraba, reincorporando el pensamiento pedagógico nacional en particular la asociación de la ‘historias locales’ idea que tenían sus raíces en el pensamiento pedagógico de Ramiro Guerra. Evidentemente aquellas buenas intenciones se resolvieron con la declaración del metodólogo Baracaldo de que:

 “La desmotivación de los jóvenes por la historia nacional y local amenaza raíces y porvenires”.

 Difícil es predecir el futuro de la enseñanza de la Historia en Cuba, aun cuando desaparezca el régimen que hoy padece, el desenraizar este medio siglo de errores y barbaridades será una tarea, por decir lo menos, titánicas.

 

 

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