Waldo Acebo Meireles
El pasado lunes, 18 de abril, salió a la luz en la revista digital de la arquidiócesis de La Habana, Palabra Nueva, una entrevista a Jaime Ortega, Cardenal y Arzobispo de La Habana. Sería ingenuo pensar que esa entrevista fue casual, la misma tuvo como objetivo definir la posición de la Iglesia ante la precaria situación por la que atraviesa Cuba.
La Iglesia Católica es la institución más antigua existente en Cuba, la cual a lo largo de la historia ha asumido posiciones diversas y no siempre las más adecuadas en cuanto al acontecer nacional; y hablamos de la Iglesia como cuerpo instituido y no por las actitudes asumidas por algún que otro representante o miembro de la misma, sin embargo en este caso tenemos que asumir que las opiniones de Arzobispo habanero representan la posición oficial de la Iglesia; tengamos en cuenta de que no es un prelado cualquiera es un Cardenal, o como podríamos decir: un príncipe de la Iglesia.
Por otra parte asumimos que la entrevista fue cuidadosamente revisada y delineada, por ende responde íntegramente a una intención, a definir la posición de la Iglesia. Esta posición ha sido mayoritariamente criticada y rechazada, la reacción de los lectores de las síntesis de la entrevista publicada en diversos sitios ha sido casi de un unánime rechazo.
¿Pero es que en esa posición no hay nada que se pueda considerar como adecuado, como positivo? Considero que sí, que hay algunos aspectos que debemos de valorar como correctos. Por ejemplo cuando Ortega defiende la posición de independencia de la Iglesia y su negativa a a participar en un acto convocado por la Oficina de Asuntos Religiosos del CC del PCC.
De paso deja en claro las diferencias que existen entre la posición de la Iglesia Católica, el Consejo de Iglesias de Cuba, algunos representantes de los babalawos y de otros cultos animistas y sincréticos.
Su defensa de la posición de la Iglesia dentro de la sociedad cubana sin tener que suscribir ningún acuerdo estratégico con el gobierno, lo cual rechaza de plano, y su defensa del derecho de la Iglesia a ejercer su misión y el uso de la libertad religiosa refrendada en la Constitución. Hasta aquí nada que denostar.
El problema comienza a partir de ahí, en síntesis cuales son las tímidas definiciones que han provocado el rechazo generalizado.
· El mantener las necesidades de los cambios en el marco de lo económico y social evitando la referencia a los cambios políticos.
· Poner el ‘bloqueo’ en el mismo nivel de responsabilidad con lo que el llama benignamente ‘las limitaciones del tipo de socialismo practicado [en Cuba]’ y sus consecuencias en el desastre económico cubano.
· Considerar que la solución a la crisis está en el dialogo Cuba-Estados Unidos, pasando por alto que ninguna solución puede estar a espalda del pueblo cubano que es con quien realmente hay que dialogar.
· Referirse a que la ‘fuerte campaña mediática’ es la responsable de la exacerbación de la crisis, y no la misma crisis y sus derivados la que ha motivado las expresiones condenatorias de la prensa internacional.
· Adoptar la ‘cristiana’ posición de equivalencia entre las victimas y el victimario.
· Su tibia posición ante los atropellos sufridos por las Damas de Blanco, ni mencionó la situación represiva existente en las áreas colindantes a la iglesia de Santa Rita.
· Considerar equivalente las manifestaciones libres, no dirigida por ningún gobierno, en donde no han existido agresiones físicas, efectuadas en Miami protestando por la presencia de artistas de alguna forma vinculados al régimen, con los violentos actos de repudio en Cuba.
· Establecer una equivalencia, escudado en que la misión de la Iglesia ‘le impide sumarse simplemente a una de las dos partes enfrentadas’ entre lo presos de conciencia en Cuba y los cinco espías cumpliendo condenas en Estados Unidos.
Concluyendo, la meditada posición de la Iglesia Católica en Cuba peca de tibieza, de excesivo respeto al status quo, y por qué no, de cobardía ante un régimen que no da tregua ni cuartel al pueblo cubano. Las decididas actitudes de algunos de sus miembros no salva a la institución de la ignominia.
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